EL MUNDO ESPIRITUAL
¿Existe el mundo espiritual? De acuerdo con todos los sucesos que me han acontecido, mi respuesta es un rotundo ¡SÍ EXISTE!
En la conferencia matutina del martes 9 de mayo del 2023, nuestro presidente de la República hizo alusión a la necesidad de participar en la política nacional, con mente, alma y espíritu; eso me lleva a plantearme el argumento de la existencia del mundo espiritual, el que, para mucha gente, no existe, sino que solo son ideas fantasiosas, supercherías o producto de mentes alteradas.
Las experiencias recibidas personalmente, me permiten asegurar la existencia de esa otra dimensión de nuestra existencia, la cual, aunque permanezca invisible a nuestros sentidos, no por eso deja de existir, al igual que el aire que respiramos, que no podemos ver, pero jamás podremos negar su existencia, pues sin él no podríamos vivir.
Voy a comentar uno de tantos episodios que he tenido con ese mundo, los cuales, si me pusiera a escribir sobre todos ellos, se convertiría en un libro con bastantes páginas, y sé del gran problema que tenemos los mexicanos, en cuanto a las lecturas largas, por la deficiente educación que sobre el tema les impartimos los maestros en general: la lectura comprensiva.
Corría el año 1978, cuando, después de un surmenage o colapso mental, mi hermano mayor me tuvo que llevar inconsciente con el doctor Ponce Torres, médico de la institución de Pensiones Civiles del Estado de Chihuahua, a la cual pertenecía como profesor al servicio de dicho estado, quien tuvo que inyectarme 10 cm cúbicos de Valium 20, para sacarme de ese estupor, diciéndome seriamente: «Pues tú sabrás Barreñada, o dejas una de tus plazas (trabajaba con 3 plazas distintas: una en la primaria, otra en la secundaria y una más en la Preparatoria del Chamizal), o dejas la vida; tú decides… dejé las 3 plazas, y me propuse ir a los Estados Unidos, a aprender un sistema de ventas, ya que quería convertirme en el verdadero dueño de mi tiempo y mi dinero. Llegué al aeropuerto de Los Ángeles, California, no sin antes haberme puesto de acuerdo con una de mis primas hermanas, para que fuera por mí y me llevara a su casa.
Yolanda acudió con profunda satisfacción de reconocerme, pues hacía décadas que no nos veíamos, y me llevó directamente a presentarme a su esposo y sus 3 hijos: Una adolescente de 15 años, un niño de 12 y un bebé de escasos 6 meses de edad.
Después de haber convivido por algunas horas, platicando, viendo la televisión y escuchando el estruendo de la fiesta pirotécnica que existía en el exterior, pues había llegado precisamente en un 4 de julio, que es la conmemoración de la independencia del país, me indicaron el lugar destinado para mi descanso: la habitación del niño, mientras que a él lo mandaron a dormir con su hermana.
Me recosté sobre mi brazo izquierdo, teniendo a mi espalda la pared correspondiente, precisamente al frente de la puerta de entrada.
Cuando cesaron los estallidos de los cohetes y petardos utilizados para los festejos, reino un silencio casi absoluto, lo que me permitió el poner en orden mis ideas sobre el motivo de mi estancia en ese país; al poco tiempo, empecé a escuchar un leve tintineo, parecido al ser arrastrado una cadena pequeña, y mi primer pensamiento fue que el bebé estaba despierto, moviendo su cuna, y que la cadenita estaba en el suelo y de inmediato me llegó el recuerdo de lo que hacíamos con nuestro primer hijo, al tenerlo recostado en una cuna, y con una pequeña cadena amarrada a ella, para mecerlo cuando el niño despertaba y empezaba a lloriquear. Aceptando ese pensamiento, olvidé el ruido, hasta que noté que el mismo se iba intensificando, como si se fuera acercando a la puerta de entrada, lo cual llamó mi atención, pues me pareció algo raro, hasta que sentí la presencia de alguien parado en el dintel de la puerta. Dirigí la mirada hacia ese lugar, más no pude ver a nadie, pero eso bastó para que, al prestarle atención al suceso, de pronto sentí como ese ente invisible, se lanzó sobre mí, impidiéndome todo tipo de movimientos, por más esfuerzos que hiciera para incorporarme. De una manera irracional, noté cómo aquella fuerza que estaba impidiendo todo tipo de movimientos, empezó a concentrarse, hasta sentir que se redujo al tamaño de una pelota de las usadas en el tenis, y empezó a recorrerme de pies a cabeza y viceversa, deteniéndose en algunas regiones de mi cuerpo, especialmente en mi región sexual, y prosiguiendo por todo mi cuerpo, hasta que se detuvo en mi oído derecho, y penetrándome por ese conducto, me produjo un dolor tan intenso, que me hizo levantarme de un brinco, rompiendo la inmovilización a la que había estado sometido.
Al estar de pie, noté que esa «bola» de energía me estaba examinando por dentro, haciendo un recorrido parecido al que hizo en mi exterior. Como todo estaba en silencio, y casi a oscuras, me dirigí al baño en mi ropa interior, y ahí, frente a un espejo que reflejaba mi figura completa, vi cómo todos mis vellos estaban erizados en todo mi cuerpo, más no sentía ningún temor, sino que los sentía como me sucedió al pasar mi brazo por enfrente de la pantalla de los televisores a color que empezaban a tener su presencia hacía poco tiempo en nuestra casa.
De pie, enfrente de ese espejo, empecé a declarar las ideas que se me venían a la mente, asegurando que estaba en ese lugar para aprender un sistema de ventas, y que mi presencia en el mismo no pretendía hacer ningún daño, pues únicamente había llegado para obtener conocimientos.
Ante tales afirmaciones dichas mentalmente, aquella «bola» de energía se fue desvaneciendo hasta quedar libre de ella; acto seguido regresé a mi cama, y me quedé profundamente dormido.
Tengo 4 hijos: dos hombres y dos mujeres; al día siguiente, aun con el oído adolorido y con una especie de zumbido en él, llamé por teléfono a mi esposa para reportarme, y preguntar por las novedades en el hogar; después de pensar un poco, me contestó: pues bien, en lo que cabe, como tú dices; ante esa respuesta le pregunté el porqué de la expresión, y me contestó que el día anterior habían ido los niños a una alberca, acompañados de sus amigos, y que 3 de ellos se quejaban de un dolor en los oídos, y que ella pensaba que habrían contraído alguna infección; ante tal afirmación, se me ocurrió preguntarle que si de casualidad el dolor que sentían sería en el oído derecho; se quedó pensando un momento y me contestó que precisamente, los 3 se quejaban del dolor en dicho oído; luego me preguntó el porqué de mi cuestión, y no supe qué contestarle.
Ese día, mi prima Yolanda me llevó a saludar a su hermana Alma, quien vivía en una zona residencial exclusiva, con guardia de seguridad en la entrada al fraccionamiento, dado el alto nivel económico que tenía o tiene, pues no hemos vuelto a tener contacto.
Al llegar a su casa, Yolanda se despidió de mí, poniéndose a las órdenes en caso de volver a necesitarla.
Alma me invitó a entrar a su casa, no sin antes pedirme que me quitara los zapatos, pues toda ella estaba alfombrada de blanco. Después de estar platicando un buen rato con ella, me invitó a conocer su fábrica de vestidos que tenía en el centro de la ciudad, teniendo al lado una casa antigua, también propiedad de ella, a la cual me invitó para habitarla mientras llegaba el contacto que estaba esperando: un amigo de mi tío Brígido, único hermano de mi madre, quien me había invitado a trabajar con él en la venta de un equipo para cocinar de acero inoxidable, de un buen precio.
Con gusto acepté su invitación, y al quedar solo, después de haberme despedido de ella, comencé a recorrer la casa; una construcción de una antigüedad de más de 200 años, con cobertizo y sótano, los cuales recorrí para identificarme bien con dicha construcción. Tenía una distribución muy especial, pues todas las habitaciones estaban comunicadas a partir del comedor, teniendo la entrada principal por medio de la sala.
En ella estaban viviendo 5 hermanos, todos procedentes de Nayarit, e indocumentados, quienes se dedicaban a la música, pues todos ellos habían formado una banda musical; el mayor se hizo novio de mi prima, y al estar todas las habitaciones ocupadas, me tocó dormir en el sofá, el cual se encontraba al lado de la ventana principal.
En mi recorrido por dicho lugar, al pasar del comedor a la sala, de pronto volví a sentir la extraña presencia del ente invisible, al cual abiertamente rechacé, al indicarle que no aceptaba su presencia en mi vida, y que me dejara en paz. Aparentemente, me hizo caso, pues los vellos erizados que sentí ante su presencia volvieron a la situación normal, indicándome que volvía a estar solo.
Ya acostado, y después de haber saludado a los muchachos nayaritas que habían regresado de sus trabajos, volví a envolverme en mis pensamientos, esperando la llegada del señor Galas, el dueño de la compañía de ventas, quien se encontraba precisamente en Nayarit, visitando a su familia, y con el cual había tenido una conversación telefónica, asegurándome que regresaba en unos días más.
Estaba absorto en mis ideas, procurando concentrarme en todo lo que estaba realizando, cuando de pronto, volví a sentir la presencia del ente invisible, parado en la puerta que daba a la cocina, y solo necesitó el que le pusiera atención a su presencia, cuando de pronto lo sentí encima de mi cuerpo, volviendo a impedirme todo tipo de movimientos, y al empezar de nuevo su recorrido por mi cuerpo, de pronto sentí la necesidad de suspirar, y con ello, aquella entidad penetró a mi cuerpo, haciendo lo mismo que la vez anterior: recorrerme de pies a cabeza y viceversa; empecé mentalmente a rechazarlo, esperando que sucediera lo acontecido cuando estaba parado en el dintel entre la cocina y la sala, cuando sentí la presencia de un nuevo ente, quien hizo lo mismo que el anterior, produciéndome la necesidad de suspirar, y por medio de ese hecho, hizo lo mismo que el anterior, penetrando a mi interior; posteriormente se fueron presentando más y más espíritus, pues me llegó la idea de que esos eran esas entidades, e hicieron lo mismo que los dos anteriores, hasta que llegó el momento en que ya no fue necesario el estar suspirando, sino que empezaron a penetrar a mi cuerpo sin restricción alguna, sintiendo millares de pequeñas esferas que me empezaron a atacar, y que por más esfuerzos que hiciera, no las podía detener. Todos ellos penetraban a mi cuerpo por el lado derecho del mismo, hasta que llegó el momento en que fue tan grande la cantidad de aquella invasión, que prácticamente empecé a ver una especie de remolino de grandes nubes negras que empezaron a llenar la habitación con tal cantidad, que prácticamente oía como crujían las paredes de la casa, como si no pudieran contenerlas, pues la misma era de madera.
Así estuve viendo cómo se iba acrecentando aquel enorme nubarrón que no dejaba de girar, y de pronto, entre aquella oscuridad, alcancé a ver una pequeña luz en el fondo de esas tinieblas, y aferrándome a ella, pues presentía que era mi vía de escape, la nube trató de ocultarla, más yo sabía que ella seguía ahí, mientras empecé a escuchar los ladridos de una jauría, precisamente al otro lado de la ventana que había quedado a mis espaldas, y todos lo hacían con una furia inaudita, como si quisieran atacar a aquello que me estaba acechando.
Sin saber qué hacer, me levanté del sillón en que estaba echado, y fui a despertar al novio de mi prima, quien algo asombrado por el hecho de despertarlo, me preguntó que si qué se me ofrecía; yo seguía escuchando cómo las paredes la vieja casona crujían ante el embate de aquella inmensa nube negra que se iba expandiendo con suma rapidez, y ante mi cuestión de que si no escuchaba que algo extraño estaba pasando en la casa, él se dispuso a escuchar atentamente, para luego decirme que me tranquilizara, pues solo había estado soñando, y dándose la vuelta en su cama, volvió a quedarse dormido.
Yo regresé al sillón, envuelto por aquella densa nube, sin saber qué hacer, cuando de pronto, escuché claramente una voz que me decía con un tono de urgencia: ¡Contesta rápidamente: quién es Cristo para ti!
De pronto no supe qué contestar, y aquella voz se oía cada vez más desesperada, urgiéndome a que contestara su pregunta: Di claramente, ¡quién es Cristo para ti! Ante esa urgencia, vi claramente cómo el giro de aquella inmensa negrura se detenía, como si estuviera esperando la respuesta.
Notando aquel cambio, de inmediato empecé a responder lo poco que sabía sobre el tema, pues en mi casa paterna, nunca se habló sobre religión alguna, a pesar de que mi abuelo había sido sacerdote católico, antes de colgar los hábitos sacerdotales, al incorporarse a la lucha revolucionaria de México, siendo él un español recientemente llegado a nuestra patria. Ante el ataque del que había sido un bandolero, llamado Doroteo Arango, y que ahora se había convertido en un guerrillero revolucionario, adoptando el nombre de su extinto jefe de la pandilla Francisco Villa, mi abuelo se dispuso a defender al pueblo de la ciudad de Guerrero, Chihuahua, que le habían designado como su parroquia, comunicándose con el comandante en jefe del ejército mexicano, diciéndole: «trueco mi sotana por la espada, para enfrentar a los guerrilleros»; le fue otorgado el nombramiento de «Jefe de la Guerrilla Barreñada» (en las actas de nacimiento de mi padre y sus hermanos aparece con dicho título) y logró derrotar a Villa en varias ocasiones, hasta que tuvo que refugiarse en los Estados Unidos, ante la sentencia de muerte a la que aquel bandolero le había decretado.
A partir de aquel hecho, y después de haberse casado con mi abuela Valentina, sacó a Dios de su vida, y jamás se volvió a tratar ningún tema religioso.
Mis tías se escapaban a la iglesia, escondiéndose de su padre, y por los comentarios que entre ellas se hacían, logré conocer algo de la vida de nuestro Señor Jesucristo.
Intentando recordar las pláticas que tenían entre ellas, empecé a contestar lo poco que sabía del tema, diciéndome:
¡Cristo es el Hijo de Dios, quien murió por nuestros pecados!; ante aquella afirmación, noté claramente cómo empezó a envolverme un absoluto silencio, con lo que me di cuenta del poder de aquellos pensamientos. La voz seguía insistiendo en que continuara hablando, y ante las afirmaciones que me llegaban como recuerdos olvidados, aquella nube empezó a retirarse, saliendo por la ventana que estaba a mis espaldas, mientras que la jauría que había estado ladrando furiosamente, se empezó a alejar, como si fueran siguiendo el camino que aquel enjambre oscuro iba recorriendo.
Continué hablando de los recuerdos que se me venían a la mente, y en el momento en que entró la duda en mí, de inmediato noté cómo los ladridos se habían acercado nuevamente hacia la ventana, y dándome cuenta de ello, insistí en mis afirmaciones sobre lo poco que sabía sobre Jesucristo. Poco a poco la calma fue regresando a mi alma, y empecé a notar una inmensa cantidad de entes que me empezaron a penetrar, ahora por mi lado izquierdo, en donde veía caras con diferentes gestos: algunas de complacencia, mientras algunas otras de reproche; y como si fuera una loza invisible que se empezó a levantar desde el piso, sentí cómo me fue cubriendo, hasta envolverme totalmente.
Al finalizar su envoltura, exclamé: gracias, Señor, ¡pude vencer! De inmediato se escucharon varias voces que me corrigieron gritando a una sola voz: ¡vencimos!
Cuando se terminó aquella lucha espiritual, ya había amanecido, por lo cual me levanté, y después de bañarme fui a la oficina de mi prima, quien, al verme, me comento: -te levantaste muy desmejorado, primo: ¿qué te sucedió? -.
Después de relatarle todo lo acontecido, ella, con asombro en su voz, me dijo que, por primera vez en su vida, despertó con una sed tormentosa, pues había tenido un sueño muy extraño, en donde veía a una de mis hermanas, la menor, Enmedio de una habitación, siendo atacada por una especie de lluvia de piedrecitas que constantemente la golpeaban, y que ella solo decía: ¡Creo en Dios, y en su Hijo Unigénito Jesucristo! Repitiéndolo constantemente. Yo traté —prosiguió ella—, de ayudarla tratando de cerrar las puertas y ventanas por donde entraba esa especie de lluvia, más no existían ni puertas ni ventanas.
Pasé algunos meses aprendiendo el sistema de ventas, después de la llegada del señor Galas, quien había ido a visitar a su familia a México, en el estado de Nayarit; poco después mi tío, me invitó a la compañía de su compadre, el señor Rodríguez, quien tenía una empresa mucho más grande, con quien trabajé por algunos meses más, para luego regresarme a mi casa, no sin antes haber logrado que el Sr. Rodríguez me concediera un crédito para recibir en Cd. Juárez una serie de equipos de cocina, pues eran los mismos que vendía el Sr. Galas, los cuales llegaron por ferrocarril a El Paso, Texas, más no tuve el capital suficiente para rescatarlos, y los tuvieron que devolver.
Ya de regreso, con los conocimientos de mecánico que tenía, me puse a buscar trabajo, pues consideraba que seguían existiendo muchas fallas en el sistema educativo, aparte de que yo seguiría insistiendo en ser el dueño de mi tiempo y mi dinero. Entré a trabajar en la distribuidora de la marca Nissan, llamada Jidosha de Juárez, en donde de inmediato me dieron el trabajo, pero con un salario ridículo que no satisfacían mis aspiraciones; al estar desarmando la parte superior de una transmisión, al quitar la cubierta, me encontré con un anillo a todas luces valioso, y lo primero que hice fue ir a la gerencia a entregarlo, acción de la cual se dieron cuenta los compañeros mecánicos, y lo único que recibí de ellos fueron una enorme oleada de insultos y malas caras por la acción realizada, cosa que me hizo renunciar a ese trabajo.
Acudí a un llamado que estaba haciendo la cadena de radiodifusora llama «Grupo Asir», la cual estaba necesitando vendedores para la publicidad de anuncios radiofónicos; después de las pruebas de rigor, resulté con un alto puntaje en la prueba psicológica, cosa que llamó la atención del dueño de la empresa y la envidia de los demás concursantes; al empezar a entregar resultados, y gracias a la potencia de mi voz, la cual podía engolar gracias a los años de práctica ante numerosa cantidad de alumnos que tuve, pues los grupos se formaban con alumnos de alrededor de 50 de ellos; al imitar a uno de los locutores, llamó la atención de uno de los asistentes del dueño, y de inmediato me ofreció el participar como tal, más había que asistir a cursos especializados, que me iban a quitar bastante de mi tiempo, además del rechazo de los demás concursantes para dicho puesto.
Así estuve buscando en dónde colocarme, siendo rechazado en algunos de los puestos ofrecidos, pues según ellos, me salía de los estándares de los que estaban buscando, según esto por «mi exceso de personalidad», pues acostumbraba a andar siempre de traje y corbata.
Hubo una empresa que me admitió como representante de venta en un sistema de tiempo compartido para vacacionar, más había el inconveniente de tener que estar asistiendo a la ciudad de Mazatlán, Sinaloa, y no tenía los recursos para estarlo haciendo, pues todo tenía que ser pagado por el vendedor. Al salir de una de las reuniones que tuvimos, me encontró un niño vendedor de periódicos, y me pidió que le hiciera el favor de comprarle el último ejemplar que le quedaba, pues ya quería regresarse a su casa; como ya eran más de las 7 de la tarde, y en aquel entonces en Cd. Juárez vendían dos ediciones de periódicos, una matutina llamada El Fronterizo, y otra vespertina conocida como el Mexicano, lo compré pensando en que sería el vespertino.
Al llegar a mi casa, y algo aburrido por no encontrar lo que estaba buscando, aventé el periódico sobre la cama, para leerlo un poco más tarde; mi sorpresa fue que al diario se abrió a la mitad del ejemplar, en donde abarcando media página, en la cual se estaba solicitando personal para cubrir las vacantes de agentes e inspectores de los Servicios Migratorios para la Secretaría de Gobernación, y al leer los requisitos, encontré que reunía cada uno de los exigidos, más mi sorpresa aumentó, al comprobar que el diario que me habían vendido, era el Fronterizo.
Acudí a la oficina de Población, e hice entrega de la documentación. A la semana siguiente me llegó un telegrama de aceptación, indicándome en él la fecha en que debía acudir a la Cd. de México para presentarme en la selección de candidatos.
Al llegar, me encontré con una fila de más de 1500 aspirantes, y para no alargar demasiado el escrito, de los anteriores, solamente fuimos seleccionados 150 elementos.
Empezamos a recibir los cursos de adiestramiento, y gracias a los conocimientos de Pedagogía que poseía, me puse de acuerdo con el resto del grupo, para ir y exigirle a la directora de dichos servicios, de que nos pusieran verdaderos maestros, pues los que nos estaban atendiendo, no lo podían hacer, ya que ninguno de nosotros les entendíamos; nunca he entendido cómo fue que me identificaron desde el momento en que me vieron, pues de inmediato me reconocieron por mi nombre, y pronto fuimos aceptados por el secretario de ella, asegurándonos que la directora recibiría nuestro reclamo, cosa que sucedió al lunes siguiente.
Transcurrieron rápidamente los meses de adiestramiento y como formaba parte del uniforme uso de armamento, trajeron a un militar retirado de España, de quien recibimos un importante mensaje, al decirnos: «Siempre recuerden que una pistola se saca con valor y se guarda con orgullo; nunca hagan un mal uso de ella».
A la hora de repartiros los lugares de adscripción, sobre una mesa extendieron una serie de papeletas, todas hacia abajo, para que fuéramos pasando a tomar una de ellas, y así saber el lugar al que debíamos de acudir. Por alguna razón, fijé mi mirada en una de ellas, diciéndome que esa era la mía y pidiendo mentalmente que me la respetaran. Al tomarla, noté que eran dos, y diciéndome «voy hacia arriba», y con determinación tomé la primera, en la cual estaba el destino de Puerto Peñasco, Sonora. Me fijé en la persona que había tomado, la que había dejado, resultando ser la destinada a Guadalupe, distrito Bravos, Chihuahua, muy cercana a mi domicilio en Cd. Juárez; ante la noticia que nos dio la directora de que podíamos permutar los destinos, de inmediato traté de que el compañero lo hiciera, más él me arguyó que siempre había sido su sueño el conocer la frontera, y se negó. De pronto, la señora directora se acercó a mí para preguntarme el resultado, indicándole el nombre de mi destino, y notando el contratiempo que mi rostro manifestaba, me dio el consejo de que fuera a conocerlo, pues era un lugar interesante; le contesté que lo haría solo por cumplir con su petición, pero que mi lugar estaba en mi ciudad.
Llegué a Puerto Peñasco, en donde fui bien recibido, pero con cierto desaliento, por la aridez de su contorno.
A los 15 días de haber llegado, le escribí a la señora directora, indicándole mi inconformidad, diciéndole que de ser posible me concediera el cambio a mi ciudad, o de no ser posible, que tomara el menaje como mi renuncia a dicho puesto. A la siguiente semana me llegó un telegrama en que me indicaban mi cambio de adscripción.
Extrañado el encargado de la oficina de población del Puerto, me preguntó que cómo le había hecho para lograrlo, pues ya tenía varios años solicitando el que lo trasladaran a Nogales, sonora, y nunca lo había logrado. Le indiqué que su error es que nunca se lo pidió a quien correspondía, directamente a la directora de los Servicios Migratorios.
Llegando a Cd. Juárez, después de un tiempo de estar entre ellos, me di cuenta del tremendo ambiente de corrupción que allí imperaba, pues los paisanos que llegaban al puesto de revisión, eran asaltados por los agentes de manera inmisericorde, robándoles lo poco que traían, al sacarles la cartera y quedándose con el dinero que en ella traían, diciéndoles que era el pago por haber salido del país sin el permiso correspondiente.
Ante lo que estaba viviendo, le comuniqué a mi esposa que iba a renunciar a ese puesto, pues no podía seguir soportando lo que estaba viviendo; su respuesta fue que entonces me pasara a la Aduana Fronteriza, y ante el argumento que le esgrimí de la dificultad para ser admitido, pues era uno de los puestos más solicitados, ella me contestó con toda tranquilidad, que entonces fuera a ver a su primo hermano, Guillermo Ramírez Hernández, quien en aquel momento se desempeñaba como el director general de las Aduanas de México.
De inmediato me contacté con Manuel, hermano de Guillermo, para que fuera el mi punto de apoyo en la entrevista, y aunque al principio se negó, pues ya tenían varios años sin comunicarse, pero ante el ofrecimiento de regalarle la camioneta en la que había llegado, se ilusionó y dándose un fuerte abrazo, logré el ser admitido entre los integrantes de aquel servicio público.
Lo interesante fue que en la noche anterior a la presentación con la directora de los recursos humanos, me sucedió un hecho incomprensible, pues aún no lograba conciliar el sueño, cuando de pronto tuve una especie de alucinación, al presentárseme una visión en donde me encontraba parado al frente de una mesa semirredonda, en donde del lado contrario, se encontraban varios personajes vistiendo atuendos de todas las épocas de la historia de México, quienes sin decir una sola palabra, empezaron a mirarse unos a otros, moviendo la cabeza, la mayoría asintiendo, mientras que otros solamente se encogían de hombros.
A la mañana siguiente, al presentarme ante la directora de los Recursos Humanos, al verme, abrió uno de los cajones de su escritorio, tomó un sobre, y al abrirlo, se extrañó de lo que le decían, y dirigiéndose a mí, expresó: «vaya, pues esto sí que es extraño, puesto que de acuerdo a las indicaciones, en este caso es usted el que tiene que indicarme en que puesto desea trabajar, pues tiene carta blanca para hacerlo, desde de Administrador de alguna de las Aduanas, pasando por todos los puestos, hasta el de celador».
Recordando la extraña visión que tuve, le indiqué que me diera el de celador; y ante mi sorpresa, ella se alegró, felicitándome por mi decisión, diciéndome que había escogido el mejor de los puestos, ya que de esa manera, me vería protegido en contra de la corrupción que imperaba en todas las aduanas de México.
Empecé a trabajar, ante un ambiente enrarecido, por lo que poco a poco iba descubriendo, pues el secretario de la defensa nacional, estaba aliado con el jefe del resguardo aduanal, y me enteré de ello cuando me invitaron a pertenecer al «club de los bigotes blancos» esto es a estar aspirando el polvo blanco de la cocaína, a lo cual, ante mi negación, constantemente me mantenían dentro de las instalaciones del edificio, cuidando la celda que en él se encontraba.
Como se dieron cuenta de mi adoración a nuestro Señor. constantemente me hacían llegar revistas pornográficas para estarme molestando con sus páginas de mujeres en situaciones de franca violación a mis principios que iban en contra de mis creencias, al igual que lo mismo hacían con otro de los compañeros, quienes nos hicimos amigos, basados en nuestra entrega a nuestro Señor.
Cuando llegó el momento en que me harté de estar dentro de una de las corporaciones más corruptas en las que había participado, al darse cuenta uno de los compañeros de que pensaba renunciar, me pidió encarecidamente que, ante de hacerlo, le permitiera a uno de sus hermanos reunirse con su familia en Juárez, pues ya tenía muchos años solicitando su cambio de la Paz, Baja California a esa ciudad, y nunca le habían contestado. Al aceptar hacer la permuta, me pidió que le dijera el precio, negándome a recibir un solo centavo, pidiéndole que solamente cubriera los gastos de la gasolina de mi camioneta, para irme en ella hasta esa región.
Estuve laborando para esa región por unos 6 meses, conociéndola, hasta que tomé la decisión de regresar, luego de presentarles mi renuncia definitiva.
Ya de regreso, algo me hizo fijarme con el espejo retrovisor, notando que la camioneta iba dejando en “hilo” de aceite rojizo, y conociendo algo de mecánica, de inmediato me di cuenta de que era aceite de la transmisión. Me orillé en un claro que se me ofreció, pues los lados de la carretera eran muy angostos, y me tocó la suerte de que a lo lejos divisé a una camioneta antigua, la cal traía una familia recogiendo los botes de aluminio que se iban encontrando. Cuando llegaron hasta donde me encontraba, de inmediato se acercó a mí su conductor, preguntándome en qué me podía ayudar. Le expliqué mi problema, y amablemente se ofreció a remolcarme al poblado donde ellos vivían. De todo corazón acepté su ofrecimiento, llegando a dicho poblado ya de noche. Me invitaron a cenar con ellos, pero viendo las precarias condiciones en donde habitaban, una choza de madera y con muy escaso mobiliario, amablemente rechacé su invitación, pues no hacía mucho que había ingerido mis alimentos.
Me retiré a dormir en mi camioneta, ya que la traía preparada para ello, cuando de pronto empecé a escuchar toda una serie de canciones, todas ellas de alabanza y adoración a nuestro Señor. Mi primera impresión, al notar que las canciones se sucedían una tras otra, y todas de diferentes temas, llegué a pensar que alguien las estaba reproduciendo en una grabadora de rollo, como la que tenía en mi casa, puesto que duró varias horas el concierto que estuve escuchando.
En eso estaba, disfrutando de la música, cuando de pronto se produjo una visión de lo más extraño, pues empecé a ver un conjunto de personas caminando en una calle, y al fijar mi atención en ellas, de inmediato, como si sintieran mi presencia, toda ellas se volvieron hacia mí, cambiando sus facciones por verdaderos monstruos, haciendo una serie de gestos, como si me estuvieran reprochando algo, que no podía entender, con indicaciones claras de acusaciones hacia mi persona; me quedé asombrado, pues no podía interpretar el suceso, escuchando enseguida 3 golpes en la puerta, como si estuviera en la habitación de mi hogar. Inconscientemente, respondí al llamado, exclamado la frase ¡adelante! Acto seguido, vi claramente cómo entraba una persona vestida totalmente de blanco, pero con una intensa luz en la cara, que no me permitió ver sus facciones, seguido por dos mujeres, que identifiqué como mi esposa y mi hija mayor. Al verlas, les pregunté por mi hija menor, Maritza, a lo cual me contestaron que se había quedado afuera tocando el teclado de su aparato electrónico que ella usaba.
Ante un movimiento del personaje, a quien de inmediato me di cuenta de que era el mismo Señor Jesucristo, aparecieron 4 ángeles, quienes empezaron a cortar las cabezas de aquellos demonios acusadores, con sus espadas flamígeras, cayendo al suelo y desapareciendo en el mismo, de manera inexplicable para mí; acto seguido, el Señor le pidió a uno de los Ángeles la espada, e introduciéndola por mi cabeza, llegó hasta la empuñadura, para luego sacarla de mi interior, y regresándosela a su poseedor. Nunca me enteré del porqué había hecho eso mi Señor, hasta que con el paso del tiempo, y ante mis preguntas que le hacía constantemente para que me dijera su significado, me llegó la explicación de que me había aceptado como uno de sus “guerreros celestiales”. Mi familia se retiró, diciéndome que me esperaban en casa, desapareciendo junto con el Señor, no sin antes asegurándome Él que me dejaba a los Ángeles para estarme cuidando.
El resto de la velada la pasé escuchando las canciones anteriores, pero con un estribillo que se repetía: “ese espíritu que está acostado allí, es un espíritu de Dios”.
Regresé a la casa de Juárez. siguiendo todo igual, aparentemente, hasta que mi esposa se impacientó porque no conseguía un trabajo firme, y con la ayuda de una amiga, me llevaron al sindicato de maestros federales, y después de que platicaron entre ellos, fui llamado por el secretario general de la sección 8a. de dicho sindicato, indicándome que fuera a la ciudad de Chihuahua, para pedir una de las plazas que le habían otorgado a la sección 8a. del sindicato.
Me enviaron a la Cd. de Casas Grandes, Chih, que era en donde estaba radicando la Inspectora Escolar, quien resulto ser una vieja amiga de mi padre, y de inmediato me puso al frente de un grupo de nuevos maestros, quienes junto conmigo, nos dirigimos a Buenaventura, Chih. a sustituir a un grupo de hermanas que ya tenían muchos años dirigiendo las dos escuelas existentes, y que estaban haciendo mal su trabajo, pues la población en general las repudiaban.
Llegando, iniciamos las reparaciones de los dos edificios. conocidos como la escuela 66 y la 67, ambas con bastantes deterioros, y nos dimos a la tarea de reunir a los padres de familia para recibir su ayuda, y pronto iniciamos la reconstrucción de las partes dañadas por el tiempo y el desuso.
Cuando tuvimos oportunidad de reunirnos como equipo, de pronto surgió la idea de crear un grupo al que le pusimos "Palestra" o grupo por la recuperación del pueblo de Buenaventura.
Pronto nos dimos a conocer como el grupo de maestroas que estaba intentando ayudar al pueblo, y logramos que muchos de sus habitantes se volvieran amigos nuestros.
Va a ser un relato extenso, más será en pausas, pues no quiero estar mucho tiempo enfrente de la pantalla.
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